“Cómo ser adolescente… y no agobiarse en el intento”
Samuel Jean Crombé
Hemos vivido las noches sin dormir de nuestros bebés, las primeras rabietas, su escolarización y su descubrimiento del mundo. Nos hicieron llorar y también nos dieron nuestras más grandes alegrías y más emocionantes abrazos. Por ellos hemos llevado a cabo cambios por dentro y por fuera que no habíamos ni imaginado (¡y de los que nadie nos había hablado!). Llega ahora una etapa que, para muchos padres, parece ser “el momento de la verdad”: la adolescencia.
Temida a menudo, negada a veces, siempre un tanto enigmática y fuente de confusión. ¿Quiénes son nuestros adolescentes? ¿Quiénes habitan ahora los cuerpos, las mentes y los corazones de los hijos que tan bien conocíamos? Podríamos decir, como lo hizo de bonita manera Victor Hugo, que la adolescencia es el encuentro de un crepúsculo y de un alba, “el comienzo de una mujer en el final de una niña”. Aunque a veces parece que los adultos les tenemos miedo a nuestros adolescentes. Como si sus talentos y dones nos asustaran. Como si los cambios que traen nos parecieran demasiado categóricos. O como si tuviéramos todavía que atar cabos sueltos de nuestra propia adolescencia y nos echa para atrás tener que volver a este período de nuestra propia vida. La adolescencia es un proceso vital ineluctable. No tenemos que hacer nada. Lo único que necesitan nuestros adolescentes es acompañamiento. Os invito a volver pues a viajar por este momento tan fascinante de nuestra vida.
La llamada del cuerpo
Fisiológicamente, los cambios de la adolescencia empiezan hacia los nueve años y medio para las chicas y hacia los diez y medio para los chicos. Secreciones hormonales del hipotálamo desencadenan en la hipófisis la secreción rítmica de dos hormonas llamadas gonadotrofinas que actúan en diferentes partes del cuerpo según el sexo. Son estas hormonas las que provocan los cambios físicos como la aparición del vello, la muda de la voz, los cambios en el tamaño del pecho y de los órganos genitales. Estos a su vez inundan el cuerpo de hormonas sexuales como la testosterona, los estrógenos y la progesterona. Las chicas tienden a ganar peso y la menstruación indica que la pubertad está bien encaminada. Los chicos tienen sus primeras eyaculaciones conscientes.
Es el momento en la vida cuando el cuerpo cambia más rápidamente que nunca, excepto en las primeras etapas de la infancia. En esta ya lejana etapa, los niños aprendían un montón y su cuerpo estaba en pleno crecimiento. Es lo mismo en la adolescencia excepto que no tienen ni chupete ni pañales y que saben vestirse solos.
A nivel neuronal, estudios recientes arrojan una luz compasiva sobre la profunda reorganización que supone la adolescencia. En efecto, las infinitas conexiones neuronales establecidas en la infancia hasta los 10 años pasan por un proceso de poda sin piedad. El objetivo es convertir nuestro cerebro en esta delicada, potente y bella herramienta que utilizamos como adultos. Una parte de los extraños comportamientos de nuestros adolescentes tiene su origen en esta “limpieza”. De alguna forma, sus cerebros están siendo defragmentados.
Esto no es todo. Los escaneos neuronales muestran que la última parte en ser defragmentada es el área prefrontal responsable de la capacidad de planear, controlar las emociones propias, entender las de los demás, o sea, ser adulto. Si el cortex pre-frontal no está del todo desarrollado, tendemos a ser impulsivos, insensibles a los sentimientos de los demás y demasiado propensos a tomar riesgos, ya que es la parte cerebral responsable de hacernos tomar en consideración las consecuencias a largo plazo de nuestras acciones versus la satisfacción inmediata. Por lo tanto explica Sarah-Jane Blakemore, en caso de querer influenciarles de alguna forma en lo que refiere al consumo de tabaco por ejemplo, será mucho más eficaz echarles en cara un aliento de fumador que darles una charla sobre los riesgos de fumar.
Para colmo, se ha descubierto recientemente que una hormona del estrés que actúa normalmente como tranquilizadora en adultos tiene el efecto inverso en los adolescentes. Cambios moleculares en el sistema límbico (el “cerebro emocional”) hacen que esta misma hormona aumente la actividad cerebral y genere ansiedad.
La adolescencia, una mutación psicológica
Estos datos nos explican un poco más porque la adolescencia parece a veces una montaña rusa en lo que al comportamiento se refiere. Pero ¿cuáles son los otros impactos de dichos cambios fisiológicos?
La explosión hormonal de la adolescencia tiene un potente efecto sobre la vida emocional. Pasamos por emociones fuertes, pasajeras e inexplicables, la ensoñación es nuestro refugio y nos sentimos a veces sumergidos por un mundo interior que parece brotar descontroladamente. Como solía decir Françoise Dolto, “las hormonas matan a las neuronas”: experimentamos en nuestra carne y en nuestro corazón una vivencia impuesta por la biología, como una llamada impetuosa del cuerpo físico sobre la cual no podemos ejercer ningún control y menos con la mente racional.
Podemos decir que en la adolescencia completamos nuestra encarnación, en particular al descubrir la fuerza sexual. Para poder tomar las riendas de nuestra vida, tenemos que dejarnos invadir plenamente primero por esta fuerza de vida y anclarnos en la tierra. De hecho, es interesante notar que desde un punto de vista puramente fisiológico la pubertad se define por “el desarrollo de la capacidad de procrear de un ser”. Procrear es “llevar la vida hacia adelante” y aunque esta capacidad no dependa de mi deseo personal, integrarla en mi personalidad y en vida es un camino sin marcar que dejará huellas profundas en mí. Como los esmaltes del ceramista, al pasar por el fuego de la energía vital mis arenas toman colores y formas a veces insospechadas y duraderas.
De alguna forma, es la biología la que me empuja en la adolescencia a madurar y a dar el paso hacia la edad adulta. Psicológicamente, me enfrento a un cuerpo doble: el del niño, hasta entonces objeto de todos los mimos y cuidados, aceptado y querido. Y por otra parte, el del adulto, sexuado, desconocido, torpe, que despierta en los padres y en el entorno reacciones diversas. Me toca aceptar mi nuevo cuerpo y su lógica del placer y renunciar al cuerpo del niño, lo cual supone la pérdida de cierta relación con los padres y por lo tanto de cierta identidad. Esta renuncia forma parte de mi crecimiento como adulto ya que reconozco que no lo puedo tener todo: acepto la pérdida que conlleva cualquier elección. Es la conquista de mí mismo: “Ya no soy el niño de mis padres… Soy yo”. Un paso esencial en nuestra vida, que tardaremos a veces años en completar…
Pero el proceso es aún más profundo. La capacidad de procreación también tiene su reflejo en la psique. En efecto, es en la adolescencia cuando se me cae literalmente encima la herencia psico-afectiva de mi familia. Ocupo definitivamente mi sitio en mi árbol genealógico y acabo de recibir todos los “programas” que contiene, tanto visibles como en la sombra. La fuerza vital que corre por las ramas de mi árbol se esfuerza por llegar hasta mí, capacitándome para transmitirla también.
En la adolescencia, me encuentro pues con la necesidad de integrar mi poder personal a través de estas dos olas colosales que me invaden, la fuerza sexual y la herencia psico-afectiva. Y son ellas las claves para hacerme con mi capacidad creativa de ser humano en la vida. La sexualidad es de hecho una expresión de la libido, la energía creativa de base.
También descubro de repente la enorme responsabilidad que acompaña a este poder personal: me vuelvo responsable de mis actos. ¿Como no entender entonces que algunos adolescentes rechacen crecer, tomar su poder personal y huyen en la depresión o cualquier trastorno del comportamiento, frente a tal prueba? La falta de ritos iniciáticos en nuestra sociedad no hace sino complicar más aún las cosas. No hay nada para transmitirles el mensaje: “A partir de ahora te adentras en la comunidad de los adultos y confiamos en que te esforzarás para integrarte en ella, con nuestra ayuda”. Sin este apoyo, el joven se queda bloqueado en una etapa intermedia pero se toma por un adulto. Las conductas de riesgo son de hecho iniciaciones disfrazadas que los adolescentes se deben dar a sí mismos a falta de recibirlas de sus mayores. El miedo a integrar el poder personal puede ser, hoy en día, una de las mayores causes de malestar en la adolescencia.
Es esencial que recordemos que de alguna forma, el adolescente es el padre del hombre venidero. Como el recién nacido que lleva dentro de sí la verdad del niño venidero, el adolescente es portador de su verdad. La adolescencia es el umbral a partir del cual tendré que aprender a ser el padre y la madre de mí mismo. Tiene un carácter sagrado que se ha perdido totalmente para volverse sinónimo de lozanía, estupidez cuando no de violencia o peligro. Lo sagrado del asunto nos puede ayudar a recuperar la dignidad y profundidad de esta etapa de la vida, dándole un sentido que estructura y tranquiliza.
¿Qué podemos hacer?
La fisiología convierte de repente al adolescente en individuo capaz de procrear. Pero ¿quién le enseña a co-crear? ¿Quién le enseña a utilizar esta fuerza inmensa para construir su vida en armonía con el mundo que contiene y él que le rodea?
Estamos nosotros los adultos que ya pasamos por allí. Estamos para ayudarles a entrar en sus responsabilidades y no quedarse atrás como un eterno adolescente. Y no solamente los padres: como subraya Françoise Dolto, las personas colaterales son muy importantes para la educación de los adolescentes. Pasan por la misma etapa que después del nacimiento: son vulnerables y frágiles, muy fácilmente influenciables, sobretodo de cara a su físico y sus capacidades. Las críticas o los ánimos del entorno tienen un efecto potente para con su desarrollo emocional.
Una de las mejores formas de brindarles esta ayuda es ponerles en contacto con herramientas que les podrá ser útiles durante este período particular, antes de que tenga lugar. El deporte, las relaciones sociales, las artes, el cuidado y el amor de uno mismo son todas herramientas que permiten una mejor gestión emocional y que potencian la comunicación y el intercambio. También lo es el inculcarles el respeto de la ley pero a través del diálogo. Es necesario explicarles el porqué existen las leyes y su importancia a la hora de regular las relaciones humanas, sobretodo en situaciones de conflicto. No nos comportamos todos según los mismos valores que, de ser comunes a todos, harían que las leyes fueran superfluas. La ley garantiza las libertades individuales: tu libertad se acaba donde la de los demás empieza, para que convivamos todos juntos en un marco donde las relaciones humanas se pueden desarrollar sin conflictos excesivos.
La idea es por supuesto que tengan en mano estas cartas y herramientas antes de atravesar la adolescencia o que por lo menos las hayan experimentado alguna vez y sepan que estos recursos existen.
Otro regalo valioso que les podemos hacer es darnos cuenta de que lo que atraviesa nuestro adolescente nos puede desestabilizar. La adolescencia es un período de incertidumbre y no podemos saber de qué colores serán las alas que nuestros hijos desplegarán. El adolescente no tiene nada que decir a propósito de esta muda y es objeto de preguntas por parte de los padres, a veces cargadas de ansiedad. Hacernos cargo de nuestro propio malestar frente al adolescente es lo primero que tendríamos que considerar. Podemos por ejemplo tomarnos el tiempo de recordar nuestra propia adolescencia y preguntarnos, con mucho amor: ¿quedó algún tema pendiente para mí? Tal vez no pude vivir lo que quise. Tal vez no tuve el apoyo que esperaba. O tal vez quise ser demasiado bueno para dejarla expresarse del todo. Si hay claramente temas pendientes, deberíamos interesarnos por cómo aliviar la carga emocional asociada. Existen hoy en día herramientas potentes para ello, como las constelaciones familiares: un trabajo que utiliza todos los recursos del árbol genealógico para aliviar las generaciones futuras de temas pendientes y lealtades invisibles pero con mucho efecto.
Los adultos reaccionamos a veces con enfado destructivo cuando los adolescentes nos retan. Deberíamos en su lugar ser más capaces de hacerles sentir que les tomamos en cuenta como jóvenes adultos y que podemos entenderles sin ser desbordados nosotros mismos por las emociones. Una misma sanción aplicada con o sin ira puede ser la hoja que cortará sus alas o el empujón para que eche a volar.
Que sea por un camino o por otro, lo importante es llegar a una mayor coherencia con nosotros mismos. Más que palabras, lo que esperan los adolescentes son actos. No les va la teoría: necesitan padres que acepten sus propias contradicciones y las asuman, padres implicados en su propia vida, que hagan bien lo que hacen. Les sienta bien poder oponerse diciendo: “yo no quiero hacer lo que tú haces, vivir como tú vives, ni esto ni lo otro…”. Les estructura en su búsqueda de quienes son. Pero para ello les hace falta un adulto firme y coherente. No podemos ir de amigos diciendo: “Hablaré tu lenguaje y te diré lo que quieres oír”. No quieren oír, quieren ver y vivir, aunque sea en la oposición.
Recordemos que los adolescentes viven una permanente contradicción. Quieren que sus padres no se ocupen demasiado de ellos al tiempo que sigan disponibles si les hace falta. Utilizan la provocación como un lenguaje. Es su dialogo con nosotros para guardar las distancias, buscarse y al mismo tiempo mantener cierta seguridad. Ponen a prueba nuestra coherencia y nuestro propio respeto a los valores que les hemos inculcado. De hecho, cuanto más insolente sea el adolescente, probablemente más dependiente se sienta. En la adolescencia, los padres no estamos para retener a los hijos sino para aguantar el chaparrón y protegerles si fuera necesario de sus propias pulsiones agresivas. Es un período difícil, donde podemos ser el objeto de una fuerte tensión y agresividad. Es no obstante lo que ellos esperan de nosotros. Lo que peor viven es que los padres
nos pongamos a volver a vivir nuestra propia adolescencia a través de ellos y que incluso compitamos con ellos. Hoy en día, hay un serio problema de identificación de los padres con los hijos que a menudo se convierten en padres.
Por otra parte, el acceso a cierta independencia es muy importante para su equilibrio psíquico y para poder empezar a separarse sanamente de su familia. Es el momento de romper con lo que les enseñamos para saber quienes son. En este sentido, la adolescencia es una crisis necesaria. La defragmentación neuronal de la que hablábamos es una buena metáfora del cambio profundo que atraviesa el adolescente en cuanto a su manera de pensar y de entender la vida, la suya y la de los demás. La confusión y la falta de referencias que conlleva son necesarias para permitir el nacimiento de lo nuevo. Es pues una crisis que le permite pasar a otro nivel, la poda que da lugar a nuevos brotes. Las pulsiones agresivas que suelen manifestarse con rebelión, desorden, etc. son vitales ya que permiten la separación con los padres. Esta separación es un proceso natural y que lleva al joven a poder expresar su capacidad creativa, la energía vital, el Eros. Sin separación no hay espacio para la tensión creativa y nos quedamos en el sueño de la fusión infantil, buscando a diestras y siniestras que se sigan ocupando de nuestras necesidades afectivas y reclamando nuestro poder creativo.
De hecho, la fusión exagerada con los padres en la infancia desemboca necesariamente en problemas en la adolescencia, a menudo en forma de violencia para permitir la separación o de trastornos encubiertos porque la agresividad es dirigida hacia uno mismo: depresión, brotes psicóticos, adicciones, etc.
Conclusión
Los adolescentes pueden ser molestos porque cuestionan las elecciones que en su día tomamos, cuando estábamos en el umbral de nuestra vida de adulto, elecciones a veces difíciles o cuyas raíces no queremos volver a tocar. Los adolescentes nos obligan a aceptar también que hemos tenido que renunciar a ciertas opciones cuando ellos las tienen casi todas abiertas. Finalmente, nos piden que aceptemos el cambio que traen y que estemos tan firmes y coherentes como podamos, para brindarles nuestro apoyo gracias a nuestra sabiduría. Como en la infancia, están atravesados por una fuerza vital sin límites. Tratemos de estar al otro lado del río para animarles y tenderles la mano, recordando siempre que somos el terreno sobre el cual construirán su futuro y en el cual se adentran, profundas, sus raíces.
Samuel Jean Crombé – samueljean.crombe@ymail.com
Ilustraciones : Bénédicte, para el libro « Imprévisibles ados : difficultés et richesses » (M. Bovay)