Hacia una Permacultura del Ser Humano
Kevin Lluch, psicólogo, miembro de la Comunidad Los Portales
Tenía apenas 17 años cuando andaba buscando qué estudios universitarios emprender cuando, en un libro de divulgación científica, encontré la siguiente cita de Gregory Bateson: «¿Qué patrón conecta el cangrejo con la caracola? ¿Y a la prímula con la orquídea? ¿Y a los cuatro conmigo? ¿Y a mí contigo? ¿Y a los seis con la ameba en un sentido y con un esquizofrénico en el otro? ¿Cuál es el patrón que conecta a todas las criaturas vivientes?»
Y esa búsqueda de los patrones ocultos que conectan las múltiples dimensiones de la vida (como la Permacultura) me fascinó y me llevó a matricularme en biología. Unos años más tarde reconocí la misma pulsión cuando me impliqué en un proyecto comunitario, y más tarde el mismo anhelo de conexión profunda me hizo estudiar psicología. En definitiva, busqué la conexión con la naturaleza, la conexión con los demás y una conexión interna, es decir una mayor congruencia personal.
Este artículo pretende avanzar hacia esa mayor conexión, desarrollando los paralelismos entre los ecosistemas interiores y los ecosistemas sociales y naturales.
Para ello seguiremos los pasos, por ejemplo, del mismo Bateson. Ya en los años 80 aplicó una visión sistémica tanto al estudio de la naturaleza como al estudio de los grupos humanos. Concluyó que la naturaleza y la mente son reflejos la una de la otra y constituyen necesariamente una unidad.
Nos dejaremos inspirar también por la bióloga Elisabet Sahtouris, que demuestra la ventaja evolutiva de la colaboración. Describe cómo las bacterias compitieron entre sí por mucho tiempo, antes de aprender a cooperar y formar las células. Las células tuvieron también su “fase juvenil y competitiva” hasta que se dieron cuenta de que era más rentable alimentar a sus enemigas que eliminarlas, y así aparecieron los seres multicelulares. ¡En eso consiste la eficiencia energética de la cooperación! Nuestra tarea como humanos ahora es superar la fase juvenil de competición hostil para dar paso a la fase madura de cooperación global. En Vietnam o en Irak, hubiera sido más barato ayudar a estos países a desarrollarse que intentar destruirlos.
Tormentas hormonales
En la naturaleza observamos también procesos bruscos, “catastróficos”, insostenibles a largo plazo, pero que a corto plazo pueden servir a un propósito: propulsar los sistemas vivos de una fase a otra. Es el caso, por ejemplo, de las intensas “tormentas hormonales” que disparan en el cuerpo de una mujer el nacimiento de un bebé. Si ese proceso durara demasiado acabaría matando a la madre pero, una vez alcanzado el objetivo de dar a luz, la madre vuelve al equilibrio.
Podemos ver las crisis actuales como uno de esos momentos de transformación, como la “tormenta hormonal” sostenible tan solo el tiempo justo para propulsar al “meta-organismo” formado por la humanidad y el planeta (Gaia) hacia un nuevo estado.
Y al buscar la mejor contribución de los humanos a ese cambio global se nos hace evidente que ninguna estrategia política o científica hacia la sostenibilidad puede prosperar si no empezamos desde las esferas más íntimas, siguiendo las famosas palabras de Gandhi: “Sé el cambio que quieres ver en el mundo”. Es decir, el mejor regalo que podemos ofrecer al planeta es nuestra propia congruencia personal y grupal.
Permacultura del Ser Humano
Para ello, la Permacultura me parece ofrecer la visión más “viva” (basada en la cocreación sutil y profunda con la naturaleza) y holística disponible.
La Permacultura nos muestra que la naturaleza es nuestra maestra e inspiradora, no solo una sofisticada “maquinaria” que soporta pasivamente los desmanes de la humanidad. Desde que Lovelock describió, en su célebre “hipótesis Gaia”, al planeta como a un ser vivo con sus propios procesos activos, creativos y cambiantes (su propia “mente”), entendemos la evolución de la vida en la Tierra como una cocreación en la que la humanidad juega un papel mucho más modesto del que nos hacía creer la pretensión antropocéntrica de ser los únicos actores relevantes sobre un planeta inerte.
Desarrollaremos así nuestra propia sostenibilidad personal y social, que consiste en nuestra capacidad de sostenernos y sanarnos a nosotros mismos, tanto en nuestra estabilidad como en nuestros procesos de cambio y resiliencia: nuestros niveles de energía, salud, nuestra conexión con el planeta, con nuestros sueños y visiones y con nuestro “yo superior”, nuestro sueño más alto. Los seres humanos tenemos la responsabilidad de mantener nuestra salud física, emocional, mental y espiritual por un lado y, por el otro, tenemos la responsabilidad de regenerar y cocrear un nuevo vínculo con el planeta, para que la vida, en su totalidad, pueda expandirse y florecer.
Comunidades y Ecoaldeas
Poco a poco la consciencia social, respecto a los cambios necesarios para hacer posible la sostenibilidad, ha ido creciendo y las iniciativas se suceden: cooperativas de consumo, huertos urbanos, energías renovables, salud natural, redes de transición, bioconstrucción, comunidades y ecoaldeas. De todas ellas me centraré en estas últimas, que son quizás la respuesta más ambiciosa y más profundamente transformadora ante los desafíos a los que nos enfrentamos. “Cualquiera que sea el problema, más comunidad es la respuesta” (Margaret Wheatley).
La comunidad y/o ecoaldea es sanadora porque es holística, integra todos los aspectos de la vida humana en un solo ecosistema que regenera y transforma nuestra manera de estar en el planeta, irradiando impulsos renovadores sobre los ecosistemas vecinos y el planeta en general.
Para desarrollar la forma en que la permacultura nos ayuda a mejorar los ecosistemas humanos utilizaremos sus reconocidos 12 principios, desarrollados por David Holmgren:
1. Observa e interactúa
La ciencia ha demostrado sobradamente que no existen los “observadores neutros”, que nuestra forma de observar el mundo (o de acomodarnos en numerosos puntos ciegos) ejerce ya un efecto sobre él, que nuestras expectativas, prejuicios o creencias moldean aquello que observamos.
Necesitamos crear más consciencia, desarrollar una “quietud activa y observadora” que nos permita identificar nuestros patrones de comportamiento, preferencias, contradicciones y hábitos, que nos ayude a ver lo que está funcionando bien en nuestras vidas y lo que necesita ser cambiado.
Todo permacultor sabe que la naturaleza se mueve en base a patrones (ver el principio 7 de la permacultura) y evidentemente nuestra naturaleza humana no es una excepción. Nuestra habilidad para identificar los patrones que nos gobiernan es clave para rediseñar un estilo de vida más natural.
La observación
Observar quiere decir acoger sin miedos ni filtros todos los componentes de la naturaleza tanto exterior como de nuestra naturaleza humana. En la naturaleza todos aceptamos que una víbora, una hiena o un cactus tienen su lugar igual que un águila o un león, pero cuando se entrometen nuestra mente y nuestras emociones todos tendemos a identificarnos con la mirada del águila o la fuerza del león. Y olvidamos con facilidad que en nuestro corazón hay también hienas y víboras, hongos y zarzamoras punzantes, y que también tienen su función en los ecosistemas humanos.
Debemos hacer consciente, también, la dimensión colectiva de la observación, es decir que nuestras miradas se complementan y se enriquecen: “Se trata de coincidir con gente que te haga ver cosas que tu no ves. Que te enseñen a mirar con otros ojos” (Mario Benedetti). Parece evidente que debemos hacer consciente esa mirada colectiva para modificar el futuro: “Juntemos nuestras mentes y miremos qué clase de vida queremos construir para nuestros hijos” (Thathanka Iyotake-Sitting Bull).
Juntos podemos mirar, soñar y cocrear un mundo que funcione para todos, para la humanidad y para todos los sistemas vivos en general. Nosotros somos los ojos del mundo.
2. Captura y almacena energía
Cada elemento del mundo natural es experto en almacenar energía… ¡salvo nosotros! Los humanos deberíamos aprender a manejar mucho mejor nuestras reservas de energía si queremos durar y crecer como sistema vivo, tanto en el plano individual como grupal.
En lenguaje financiero hemos estado viviendo del consumo de “capital global” del planeta de una forma desenfrenada, lo que llevaría cualquier negocio a la bancarrota. Necesitamos aprender a guardar y a reinvertir la mayor parte de esta riqueza que ahora malgastamos para que nuestros hijos y descendientes tengan una vida razonable.
Como explica Bill Mollison, un agricultor de Nueva Guinea entra en su huerta con una unidad de energía y al salir distribuye setenta, mientras que un agricultor moderno montado en su tractor entra en su campo con mil unidades de energía a cuestas y sale con solo una. ¿Cuál de ellos es el agricultor más sofisticado?
Este principio se ocupa de la captura de energía y su almacenamiento a largo plazo, y si observamos cómo lo llevamos en nuestras esferas más íntimas, diría que nos parecemos mucho a ese agricultor “moderno” del ejemplo anterior.
Cambiar requiere energía
Si nos vemos a nosotros mismos como a hermosas vasijas nos damos cuenta de que, a menudo, llenamos nuestra “vasija” con “cualquier cosa” (alimentos de mala calidad, ruido, emociones negativas, contaminación). Debemos hacernos también conscientes de que a menudo nuestra “vasija” presenta múltiples agujeros o fugas: energía perdida mediante adicciones, estrés, contaminación electromagnética, falta de descanso, conflictos relacionales…
Olvidamos que, si bien seguir con nuestras rutinas no requiere prácticamente energía, todo lo que signifique cambiar y mejorar nuestras vidas solicita un importante aporte de energía. A menudo, tenemos muy claro hacia donde queremos ir pero a la hora de dar el paso la energía no acompaña.
Por otro lado, debemos aprender y explorar con sutileza y profundizar las fuentes de energía que nos funcionan a cada uno, más allá de la alimentación y del descanso. Por ejemplo el ejercicio físico es una excelente forma de almacenar energía para el futuro, pero, de forma más sutil, también lo es una conversación estimulante, la música, la meditación, la sexualidad, la contemplación de la naturaleza…
3. Obtén un rendimiento
Para obtener el mejor rendimiento tenemos que dejar de ser consumidores dependientes para ser productores responsables e independientes. Y esto aunque sea en la pequeña escala de nuestros jardines y huertos. “Si tan solo el 10% lo hiciera sería suficiente para todos. De ahí la futilidad de los revolucionarios que no tienen jardines ni huertos, y que dependen del mismo sistema que tanto critican; producen palabras o incluso balas en lugar de comida y cobijo” (Bill Mollison). La creación nos da poder y energía, el consumo tan solo nos la quita.
Dejamos de jugar para solo comprar juguetes, dejamos de pasear para desplazarnos casi exclusivamente con recursos no renovables, dejamos de cuidar a seres queridos para contratar servicios estandarizados y cada vez más anónimos. En nuestras sociedades urbanas, prácticamente nadie cose sus propios vestidos, cultiva sus alimentos o construye su casa. Para evitar el colapso, debemos integrar en nuestro pensamiento la aparente paradoja de la abundancia y los límites de la naturaleza.
La cultura del crecimiento industrial se basa en la escasez, la cultura de la tierra tiene que ver con la abundancia: si ofrecemos al planeta cuidado y respeto, lo que obtendremos a cambio será más que suficiente. Escasez VS abundancia significa miedo VS confianza. Cuando estamos dando nuestro tiempo y nuestros talentos, estamos alimentando el flujo de energía, y ello permite al flujo volver hacia nosotros. Cuanto más abiertos estamos para dar, más capaces seremos también de recibir “rendimientos” inesperados. Cuando vivimos en un estado mental de escasez, nos aferramos a nuestro tiempo, energía y recursos de forma que el flujo se estanca y se contamina. Sentimos miedo, avaricia, queremos más, acaparamos, competimos y nos enfocamos solo en nuestras carencias y cualquier rendimiento nos parecerá insuficiente.
Vivimos en la confianza
Cuando vivimos en un sentimiento y una actitud de abundancia, no necesitamos controlar de antemano los frutos de nuestros actos, dejamos de esperar ansiosamente la gratitud y los retornos. Vivimos en la confianza, sentimos que tenemos suficiente, nos sentimos fluir y evolucionar, cooperamos y valoramos lo que tenemos. Y obtenemos mayores rendimientos pero, eso sí, sin que podamos controlar de antemano, ni la forma exacta ni el momento justo en que nos llegarán.
Ese cambio se encuentra en el corazón mismo de los procesos de formación y consolidación de proyectos colectivos, como las comunidades o ecoaldeas. Por ejemplo, hay personas que vienen a la comunidad con la creencia implícita de que la comunidad existe con el fin de colmar sus necesidades. Lo más probable es que nunca encuentren un grupo que les convenga. No podemos acercarnos a la comunidad con la secreta esperanza de que esta nos de todo lo que nos ha faltado en nuestra vida anterior.
La vida comunitaria
Al contrario, son la generosidad y el don de sí mismo el modus operandi de la vida comunitaria, por lo que una fuerte implicación y una intención clara tanto en el plano espiritual como en el emocional son indispensables para crear un verdadero sentimiento de pertenencia. Como dijo David Deida, “Nada ni nadie nos dará nunca nada que no sean oportunidades de amar. Ahora”. Si eso es cierto para la vida en general, es doblemente cierto si queremos crear comunidad.
4. Aplica la autorregulación y acepta la retroalimentación
La Teoría de Sistemas o la Ecología de Sistemas ofrecen evidencia de que una “inteligencia” de orden superior, de alguna forma, es la característica fundamental de los sistemas autorganizados. Los ecosistemas se encargan de la supervivencia y salud de sus especies constituyentes, haciendo, por ejemplo, que el pájaro que come frutos esparza las semillas en un envoltorio de fertilizantes, tras pasar intactas pos su tubo digestivo.
En nuestros ecosistemas interiores, observamos también una forma de “Inteligencia Superior”, que Jung llamó el “Sí mismo”, cuya tarea parece ser la de consolidar la integridad del sistema psíquico y mantener el equilibrio entre los diferentes factores, reuniéndolos en una unidad funcional. El “Sí mismo” es el centro y reúne las partes.
Pero, si bien en la naturaleza existe una tensión inherente entre la autonomía de las partes y los controles del sistema de orden mayor, la sociedad humana, en cambio, se comporta como un quinceañero que quiere tenerlo todo y tenerlo ya, sin escuchar ni asumir para nada las advertencias de dicha “Inteligencia Superior”. Corremos locamente hacia el abismo y seguimos esperando que nuestros “padres” (¿el orden social, la naturaleza, Dios?) vuelen para salvarnos. Sin embargo, vemos que ya se está cumpliendo la profecía de John Lennon, que en su canción “Karma Instantáneo” ya dio a entender que probablemente cosechemos lo que sembramos mucho antes de lo que pensamos.
Respons-habilidad
Somos también como células que crecen y se reproducen sin control, generando un cáncer. En realidad, toda intervención en un nivel determinado de la realidad natural que no tiene en cuenta el bien del sistema mayor es susceptible de generar alguna forma de cáncer. Los ejemplos de “cánceres” provocados por el hombre en la naturaleza son innumerables, y se corresponden extrañamente con la preocupante epidemia de todo tipo de cánceres que desarrollamos en nuestros cuerpos, en nuestras naturalezas internas, especialmente en las sociedades más desarrolladas.
Pero podemos ver nuestra responsabilidad como “respons-habilidad”, es decir como nuestra habilidad para elegir cómo respondemos a las circunstancias que nos rodean y a las otras personas, teniendo siempre en cuenta ese “bien mayor”.
Ello implica permanecer abierto al feedback y aprender a escucharlo: empezando por el feedback que nos da nuestro cuerpo, nuestro entorno natural y nuestro entorno social, acogerlo sin sentirse amenazado es fundamental para nuestro desarrollo como humanos. Honestidad y claridad son cualidades esenciales en el acto de dar y recibir feedback. El feedback no consiste solo en subrayar lo que no funciona y necesita ser cambiado, sino también en apreciarse mutuamente y apreciar aquello que valoramos en los demás y en el entorno. Haciéndolo de forma cada vez más consciente nos abrimos al cambio y al crecimiento.
La cultura materialista dominante lleva muchos decenios intentando hacernos creer que la expansión tecnológica y el crecimiento sin límites suponen el más alto desarrollo alcanzado por el Homo sapiens. Si aprendemos a escuchar en profundidad a los sistemas vivos, comprenderemos que son los aspectos autorreguladores de la cultura humana los que representan nuestra mayor prueba de sofisticación evolutiva.
5. Usa y valora los servicios y recursos renovables
Tanto la energía que hace crecer un bosque como la que nos da vida a nosotros viene de fuentes totalmente renovables y, sin embargo, la actividad humana se alimenta hoy en día, en una parte muy importante, de fuentes no renovables, finitas, caras y contaminantes.
En lenguaje de negocios, los recursos renovables deberían verse como nuestra fuente de ingresos, mientras que los recursos no renovables pueden verse como valores de capital (D. Holmgren) Y, de la misma forma que el gasto del capital para la vida diaria llevaría cualquier negocio a la bancarrota, es evidente que si persistimos en nuestra forma de vida basada mayoritariamente en recursos no renovables nos comportamos como verdaderos parásitos, hasta el punto de conducir al ecosistema formado por la humanidad y el planeta directamente al colapso.
Dicho de otra forma, las energías renovables son internas, implícitas en el ecosistema, mientras que las energías no renovables constituyen un aporte externo, que deberíamos usar solo puntualmente para poner en marcha el sistema, como usamos el capital para lanzar un negocio.
Recursos renovables
Desde una óptica psíquica, las energías renovables son aquellas que nos empoderan, que nos vuelven creativos e independientes, ya que son fruto de nuestra resiliencia, de nuestra capacidad de “reciclaje”, crecimiento y transformación. En cambio, las energías no renovables suelen generar en nosotros pasividad, dependencia y adicción. Veremos un ejemplo en nuestro ocio, que podemos basar en el consumo o en la creatividad. También podemos diferenciar energías renovables de las no renovables en nuestra forma de sanarnos. Mientras que la alopatía supone un aporte externo que solo busca la supresión del síntoma, las medicinas complementarias o la homeopatía estimulan la capacidad regeneradora del propio organismo, yendo a la raíz de la enfermedad o desequilibrio.
Otro ejemplo son nuestros amigos, que son recursos renovables en nuestras vidas. Si valoramos aquello que nos aportan, nuestras amistades pueden incrementar nuestro “capital”, lo que llamamos el capital social, que es la interdependencia que genera confianza.
Unidad de supervivencia evolutiva
Las energías no renovables permiten mantener la ilusión de que los seres humanos estamos separados del entorno, es decir de la naturaleza, mientras que el enfoque sistémico de la permacultura nos muestra que lo que de verdad piensa, la “unidad de supervivencia evolutiva”, la forman el ser humano más el entorno. Al enfocarnos prioritariamente en nuestros recursos y energías renovables, reintegraremos conscientemente al ser humano en el corazón del sistema pensante global.
En un plano humano, ello equivale a desarrollar una cultura regenerativa que nos obligue a revisitar nuestras fuerzas y talentos y nuestras debilidades, nuestras cicatrices emocionales, nuestros viejos patrones obsoletos, para transformarlos en beneficio de nosotros mismos, de nuestra comunidad y del entorno.
Economía basada en la singularidad
En el ámbito económico, los recursos no renovables han permitido niveles de flujos muy altos y regulares, permitiendo que la economía se volviera más anónima, despersonalizada, mecanizada y estandarizada, y los humanos seamos más consumidores que creadores. En cambio, la naturaleza errática y limitada de las energías renovables ofrece una valiosa retroalimentación, que nos recuerda que todos los recursos naturales deben ser utilizados con cuidado y respeto. Y ello favorece una economía basada en la singularidad y en la relación, en la interdependencia. Y hace que yo pueda apreciar más un tomate del huerto de mi vecino que uno del supermercado, o una casa construida por alguien que me conoce y la vida que llevo, que una casa prefabricada.
Las diferencias vienen marcadas por las relaciones únicas entre la persona que da y la que recibe. Cuando la vida está llena de cosas así, hechas con sentimiento, es una vida plena, enriquecedora. Hoy en día vivimos bajo una avalancha de monotonía e impersonalidad, que entumece el alma y abarata la vida.
Solo si valoramos más nuestra autonomía, nuestra autosuficiencia, nuestra creatividad, nuestra singularidad, así como la calidad de nuestras relaciones, los sistemas de los que formamos parte serán más sostenibles.
6. No producir basura
Podríamos explicar la sostenibilidad como la capacidad de no dejar un impacto negativo en el planeta. Pero por el momento el impacto negativo es de tal calibre que pensar solo en términos de “no impacto” no es suficiente, necesitamos aportar un impacto positivo, hasta que alcancemos un punto de equilibrio entre degeneración y regeneración, punto en el que empezaría la verdadera sostenibilidad.
De momento lo más urgente es deshacer la ilusión de la separación entre el ser humano y la naturaleza. Todavía hoy, si queremos deshacernos de los subproductos de la vida humana, podemos decidir que el mar Mediterráneo es el lugar adecuado para verterlos, olvidando completamente que el sistema llamado Mar Mediterráneo es una parte de un sistema más amplio que incluye nuestra mente y nuestro espíritu. Y si este mar cae enfermo, la enfermedad será inoculada al sistema más amplio de nuestro pensamiento y nuestra experiencia.
Y nadie estará exento de sentir ese dolor, de la misma forma que nadie puede existir en aislamiento en un espacio vacío. Es tan natural como la comida y el aire que usamos para crear lo que somos. Es inseparable de la materia, la energía y la información que fluye a través de nosotros y nos sostiene como sistemas abiertos e interconectados. No estamos cerrados al mundo, sino que somos componentes integrales de él, como las células que conforman un cuerpo. Cuando el cuerpo es traumatizado nosotros también sentimos ese trauma. Cuando flaquea y enferma sentimos su dolor, le prestemos atención o no.
Desperdiciamos mucha energía en forma de emociones
En el plano natural no hace falta extenderse sobre la importancia de reducir la cantidad de basura producida, de aumentar la capacidad de reciclaje y de potenciar la regeneración de los ecosistemas. Sin embargo, en el plano humano y social somos francamente torpes en ese aspecto: producimos mucha “basura”, desperdiciamos recursos energéticos y desperdiciamos mucho tiempo. Debemos tomar consciencia de cómo los convertimos en basura, y devolverle un uso que nos llene energéticamente en lugar de vaciarnos.
Por ejemplo, desperdiciamos mucha energía en forma de emociones que no sanamos, no transformamos, que no “reciclamos”, simplemente las echamos a nuestro alrededor, a menudo encima de los demás. Cada vez que despreciamos o agredimos a alguien en realidad lo usamos como “cubo de la basura” en el que echamos nuestros “residuos”, generados por años y años de frustraciones, traumas, pérdidas, decepciones. “Reciclar” o convertir nuestros traumas y/o sufrimientos, nuestras actitudes defensivas y/o agresivas en fuentes de aprendizaje, conocimiento o creatividad nos resulta una tarea francamente ardua.
La comunidad humana debería ser en realidad el mejor contexto para aprender a “reciclar”: sacar toda la enseñanza sobre nosotros mismos escondida en el fondo de nuestros traumas o de nuestras actitudes defensivas. No hay mejor escuela de reciclaje que aprender a encontrar coraje en el fondo de nuestros miedos, a ganar autoestima trascendiendo envidias y rivalidades, a superar la soledad estableciendo vínculos y conexiones, a convertir nuestra cólera en fuerza creativa.
Basura emocional
Esa capacidad de sacar la “esencia útil” de una situación o emoción negativa para extraer de ella el aprendizaje oculto y transformarla así en emoción positiva se conoce como resiliencia, y nos permite evitar soltar nuestra “basura emocional” en nuestro entorno.
Esa alquimia que se observa a través de procesos de reciclaje/resiliencia, es igualmente válida en los niveles grupal y social. Todos los grupos y sociedades viven, ocasionalmente, diferencias, divisiones y separaciones. Y necesitamos aprender a no excluir ni despreciar a las voces “discordantes”. Aprendiendo de dichas disensiones, damos un lugar en el corazón de nuestros grupos a todos los que han contribuido a su evolución y desarrollo. Y de esa forma generamos el menor “desperdicio” energético posible. La resiliencia es, pues, una habilidad clave para que todo sistema vivo (persona, grupo, ecosistema) sea sostenible. Y, sin embargo, cuando desarrollamos grupos y organizaciones acostumbramos a concentrarnos en la productividad y la estabilidad de los mismos, pero prestamos poca atención a su resiliencia.
7. Diseña desde los patrones a los detalles
Todo en la naturaleza adquiere su forma a base de patrones entrecruzados que el biólogo Rupert Sheldrake llamó “campos morfogenéticos”. Desde patrones estructurales (olas, redes, ramificaciones, espirales, lóbulos…) a patrones que moldean comportamientos (una manada, estructuras jerarquizadas, familias, patrones cooperativos o competitivos, seres solitarios) y patrones que moldean nuestro espíritu (mitos, arquetipos, metáforas, canciones, proverbios). Los seres humanos podemos vernos como un complejo conjunto de patrones que lo cubren e interconectan todo, de tal forma que la interdependencia es un patrón central en la naturaleza que necesita ser restituido en nuestras sociedades. Al entramado de patrones que nos inspira y nutre a cada uno de nosotros, Jung lo llamó nuestro mito personal. Igualmente, los grupos, organizaciones y/o comunidades tienen su propio “mito fundador”, que moldea su estructura y canaliza su energía hacia la realización de su sueño más alto.
Vemos, pues, que nuestros patrones internos y los patrones externos, los patrones estructurales y los patrones más sutiles y energéticos están íntimamente conectados. Pero necesitamos hacerlos más conscientes, ya que, sino seguimos ciegamente unos patrones que en realidad desearíamos cambiar, y ello nos hace sentir impotentes e infelices. Para escoger libremente los patrones que queremos seguir, primero debemos reconocerlos, aceptarlos, sentirlos, hacerlos lo más conscientes posible, con el fin de ponerlos al servicio de nuestra creatividad, nuestra autorregulación y nuestro empoderamiento.
El sistema incluye nuestras creencias basadas en el miedo y la desconfianza
Dicho de otra forma, debemos “reconocer” que en la medida en que todos los patrones están en nuestro interior, el “sistema” está en nosotros y no podemos extraernos de él: igual que todo sistema vivo contiene un elemento que busca su regeneración y su perpetuidad, cada uno de nosotros somos a la vez el sistema y agentes que buscan su regeneración y transformación. El sistema no está fuera de nosotros, sino que el sistema son nuestras relaciones rotas que necesitan ser sanadas, mi relación conmigo mismo, con la vida, con esta tierra, con los demás, con mi trabajo, con el mundo.
El sistema incluye nuestras creencias basadas en el miedo y la desconfianza, y nuestra ansia de sanar y cambiar. Los dos polos están en nosotros y cuando estamos en el Tao (ese punto en el que los opuestos se encuentran) de golpe adquirimos una influencia transformadora mucho mayor. Así es como está ocurriendo el cambio sistémico. Nosotros somos el sistema, somos tanto el problema como la solución.
Si somos cada vez más conscientes de la impronta de los patrones sobre la realidad y de cómo nuestra consciencia modifica el influjo que tienen en nosotros y en nuestro entorno, los diferentes niveles de la realidad se sincronizan e interconectan con naturalidad: igual que sabemos que al menospreciar a la naturaleza nos estamos despreciando a nosotros mismos, sabremos también que al trabajar la aridez de nuestros campos entramos en contacto con nuestra aridez personal, que al encajar la muerte de un ser querido nos preparamos para nuestra propia muerte, y que al valorar que hay suficiente comida en nuestro plato, apreciaremos que hay suficiente dinero en nuestra cuenta bancaria.
Liderazgos y poder
Un ejemplo de esa correspondencia entre lo de dentro y lo de fuera, entre lo de arriba y lo de abajo, lo podemos observar en un tema apasionante pero sensible y difícil, el de los liderazgos y el poder. El sufrimiento generado por el uso abusivo del poder a lo largo de la historia ha alimentado en muchos de nosotros el sueño de una sociedad sin jefes, sin autoridad. Pero, para avanzar hacia un ejercicio más compartido del poder, necesitamos hacer conscientes los patrones ocultos a los que permanecemos fieles, necesitamos comprender la forma que toma en nuestras vidas el liderazgo y la autoridad.
Si obedecemos inconscientemente a patrones que nos mantienen en el infantilismo o en la irresponsabilidad, permitimos que alguien confunda liderazgo con toma de poder sobre los demás y automáticamente aparecen los abusos.
Si obedecemos a patrones de rebeldía, nos resulta muy difícil aceptar el liderazgo natural que cada uno puede ejercer en las parcelas para las que está naturalmente dotado, y nos enzarzamos en disputas de egos estériles e interminables, que solo persiguen “tener razón”, es decir imponerse a los demás. Paradójicamente, nuestros patrones de rechazo de la autoridad nos mantienen “enredados” en las luchas de poder.
En cambio, si conseguimos reconocer en nosotros los patrones que nos hacen únicos y creativos, si nos sentimos y nos hacemos plenamente responsables de nuestras vidas, asumiremos nuestro propio liderazgo y de forma natural podremos aceptar el liderazgo de los demás, sin sumisión ni abusos de poder.
¿Donde se gesta el líder?
Pero eso no es tarea fácil, ya que implica renunciar definitivamente a toda proyección que responsabilice a instancias exteriores (padres, maestros, jefes, el sistema, etc.) de nuestras dificultades en la vida.
En realidad el líder se gesta en el mundo invisible, en el inconsciente del colectivo, ahí donde se diseñan los roles, donde se forman “los patrones”. El campo energético del grupo elige al líder en la medida en que es la mejor “antena” de las fuerzas en movimiento, y el campo lo empuja a expresarse. Ello permite al líder hacer más visible el sueño más elevado del grupo, así como la conexión entre todo y todos.
En los grupos de escala humana, de escala óptima, cuando el/la líder no puede ejercer sus funciones en un momento dado, otra persona toma el relevo porque el campo del grupo le empuja a intervenir. A menudo pocas personas se dan cuenta de esos cambios de roles, ya que hablamos en términos de habilidades y competencias (liderazgo), no de poder. Y ello me lleva a una de tantas y tan sabias frases del Y-King: “El líder o el jefe está ahí para impedir que alguien pueda tomar el poder”.
8. Integrar más que segregar
Una colmena es un ejemplo clásico de múltiples organismos trabajando juntos. En cambio, nuestra sociedad moderna excesivamente individualista (autista, le podríamos llamar) se empeña en no reconocer el enorme sufrimiento causado por la soledad y los sentimientos de exclusión que ella misma genera. Hemos pasado de las familias extendidas tradicionales con al menos tres generaciones viviendo juntas al individualismo, la separación y la desconexión entre personas, tan dramática de la sociedad moderna del último siglo. Mientras que, si cogemos por ejemplo el libro “El vínculo” de Lynne McTaggart, encontramos numerosos estudios y ejemplos que demuestran hasta qué punto todos nosotros nacimos para pertenecer (relación entre aislamiento y enfermedades del corazón o suicidios, por ejemplo), nacimos para concordar, para sintonizar (estudios que demuestran el carácter contagioso de las emociones), nacimos para dar (relación entre altruismo y longevidad) y nacimos para cooperar.
Zona de vulnerabilidad
Así pues, si todos buscamos más conexión, más comunidad ¿porqué resulta tan difícil reforzar nuestros vínculos, consolidar nuestros grupos? ¿Porqué nos cuesta tanto encontrar la pauta que conecta? Entre otras cosas, porque nos cuesta contactar con la parte nuestra que no cree merecer esa conexión. Y todos tenemos una zona de vulnerabilidad, habitada por la vergüenza, en la que no creemos merecer. Unos la sostienen mejor, otros peor, pero todos la tenemos.
Los que la sostienen son ese tipo de personas que Brené Brown define como personas “todo corazón”: “demuestran coraje (que viene de corazón), compasión, conexión. Tienen el coraje de ser imperfectos. Tienen la compasión de ser primero amables con ellos mismos y después con los demás. Y tienen conexión (en primer lugar consigo mismos), es decir pueden dejar de lado lo que deberían ser para ser simplemente lo que son. Y aceptan la vulnerabilidad, que consiste en dejarse ver para ser sinceros. Creen que lo que les hace vulnerables les hace hermosas y felices”.
Ecosistema interno
Buscaremos también la pauta que conecta e integra nuestro “ecosistema interno”, avanzando hacia eso que Jung llamó la individuación. La individuación es un proceso que nos hace cada vez más únicos, más completos, pero que, en paralelo, nos acerca cada vez más a los demás. Integridad y coherencia personal por un lado y cohesión social por el otro avanzan de la mano. La comunidad empieza en realidad en el interior de cada uno de nosotros: es tan solo una “comunidad” completa de seres interiores la que constituye lo que podemos llamar un ser completo, individuado, es decir una gran persona.
Una ecoaldea me parece el contexto inmejorable para redescubrir lo que significa para los humanos formar parte de la naturaleza, no como un ser superior que la puede explotar a su antojo, sino como un elemento más de los ricos y complejos ecosistemas en los que vivimos. En cambio, incluso las técnicas psicológicas más vanguardistas tienden a ver al ser humano como un ente separado del resto y tienden a abordar sus dificultades como dificultades meramente circunscritas a las esferas racionales y/o emocionales. Afortunadamente el chamanismo nos recuerda que no podemos aislar nuestros problemas psico-espirituales de la naturaleza, empezando obviamente por nuestra propia naturaleza interior, que irradia y se conecta sin solución de continuidad con la naturaleza que nos rodea.
9. Usa soluciones lentas y pequeñas
Los sistemas vivos deberían diseñarse para realizar funciones en la menor escala, que sea práctica y eficiente para dicha función. La escala y la capacidad humanas –y no la económica– deberían ser la medida para una sociedad sostenible, democrática y humana.
Para generar y fortalecer sistemas vivos sostenibles debemos aprender a escuchar y respetar los ritmos naturales, y a intervenir en la escala óptima, ni muy pequeña ni muy grande, ni muy lenta ni muy rápida. Los árboles no crecen en una noche, y no podemos empujar al río para que llegue antes al mar.
Las células tienen su propio tamaño óptimo, por encima del cual no pueden crecer. Cuando el crecimiento ocurre para satisfacer las necesidades del sistema mayor (órgano u organismo) el resultado es la división en dos células de tamaño similar. El diseño celular en la naturaleza sugiere que las funciones pueden llevarse a cabo mejor a la menor escala funcional, y que la replicación y diversificación son los mecanismos de crecimiento para sostener funciones a mayor escala. Aunque el crecimiento excesivo de células individuales generalmente es imposible, el crecimiento excesivo y descontrolado de células por replicación sí ocurre; eso es síntoma de un desorden sistémico a gran escala, que en medicina se conoce como cáncer.
En el plano social, observamos muchos paralelismos con dichos crecimientos excesivos, descontrolados y desconectados: contaminación masiva, monocultivos, ganadería “industrial”, deforestación, grandes pantanos, etc. La lista de “cánceres” que presentan los sistemas vivos de los que formamos parte es escalofriante. Como lo es la lista de cánceres que invaden nuestros cuerpos a edades cada vez más tempranas, a pesar de que se nos intenta convencer de que la sanidad nunca estuvo tan avanzada…
Perdimos la capacidad de seguir los ritmos naturales
Perdimos la escala humana y natural de las cosas y perdimos la capacidad de seguir los ritmos naturales. En su lugar, se impusieron los ritmos y la escala tecnológicos y/o económicos: ¡incluso los partos se planifican según las necesidades del sistema médico! Seguimos criterios de gigantismo, masificación, anonimato, productividad a ultranza, tecnología invasiva, culto a la velocidad… Desprovistos de mesura y de conexión, a menudo consumimos, aceleramos y acumulamos compulsivamente, con el mero fin de colmar nuestro vacío.
¿Cuánto necesitamos comer para compensar el sentimiento de no pertenecer? ¿Cuánta pornografía hace falta para compensar nuestra falta de intimidad? ¿Cuanto dinero puede compensar nuestro profundo sentimiento de inseguridad? Ninguna cantidad es suficiente.
Solo cuidando la calidad de nuestras conexiones, recuperaremos intimidad, pertenencia y seguridad; siguiendo las palabras de Margaret Wheatley: “Cualquiera que sea el problema, la comunidad es la solución”. Y solo disfrutando de cada paso, apreciando el flujo de la vida sin forzarlo ni retenerlo alcanzaremos a vivir el viaje en sí como una creación, como ya nos enseñó nuestro genial poeta: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.
10. Usa y valora la diversidad
Si bien existe sobrada evidencia científica de que la diversidad de individuos, poblaciones, especies, edades, estructuras, culturas y costumbres son factores que contribuyen a la estabilidad y a la resiliencia en los sistemas naturales y humanos, la tendencia del sistema político-económico-cultural-científico dominante hacia la uniformidad, la productividad y el control centralizado se resiste a ceder, a pesar de las nefastas consecuencias que ha generado tanto para el planeta como para la humanidad.
Como bien describe Vandana Shiva en su libro “Los Monocultivos de la mente”: “los monocultivos aparecen primero en la mente para posteriormente filtrarse al suelo debido a que la mente forja modelos de producción que legitiman la decadencia de la diversidad, pero situándolos bajo el nombre del progreso, crecimiento o mejora”. En su opinión, los monocultivos se han desarrollado no porque incrementen la producción, sino porque incrementan el control. Su expansión guarda mayor relación con la política y el poder que con el enriquecimiento y la mejora de los sistemas de producción biológica.
Integración de nuestra diversidad
En permacultura, en cambio, se habla de apilar (sobreponer especies), complementar, generar sinergias. En un plano humano, dicho principio es igualmente cierto: aunque por momentos se podría percibir una diversidad “excesiva” como una amenaza para la unidad de un grupo o una sociedad, la realidad nos muestra que cuantos más aspectos diferentes del alma humana incluyamos en el grupo, más se enriquece el mismo y más estable se hace nuestro “ecosistema”. Sin embargo, la estabilidad y la resiliencia vienen no solo de la diversidad, sino de las relaciones entre las diferentes partes o elementos de un sistema. Un zoológico puede contener mucha diversidad, pero la ausencia de relaciones entre especies no harían de él un ecosistema estable y duradero. Igualmente, una gran ciudad puede contener diversidad pero compartimentarla en guetos aislados fragiliza mucho el sistema global.
En un plano psicológico, la estabilidad y la resiliencia de nuestro sistema interno procede también de la integración de nuestra diversidad interior, incluyendo lo invisible, lo misterioso y lo inconsciente: necesitamos integrar pensamientos, sentimientos, sueños, intuiciones, sensaciones… Nuestra acción más “sabia” solo nacerá de la síntesis y la cooperación entre nuestros múltiples “seres interiores”, que darán forma a un ser completo, es decir una gran persona. Como dijo G. Bateson: “el conocimiento procede de una perspectiva singular, pero la sabiduría viene de múltiples fuentes, sutilmente entrecruzadas”.
11. Usa los bordes y valora lo marginal
El interfaz entre dos ecosistemas es un borde, un límite, pero es también un espacio activo y generador de fértiles intercambios. En el perímetro de un bosque la vegetación decrece gradualmente, el lecho de un río se entremezcla con los campos, el borde del mar varía con las mareas… Y Bruce Lipton nos explica que la membrana celular (y no el núcleo) es la que “piensa”, ya que regula la entrada de información del entorno al interior de nuestras células moldeando así nuestros comportamientos.
Debemos aprender a apreciar mejor las innumerables fronteras de nuestra vida, como ese duermevela en el que recordamos nuestro sueño por la mañana, y que a menudo despreciamos. Un borde es un punto de contacto entre la identidad cotidiana y una experiencia desconocida, ensoñada, emergente. Los bordes son pues momentos dinámicos de transición, en los que una forma conocida de comprenderse a sí mismo es perturbada y transformada por algo nuevo.
Aprendiendo a sostener la tensión
Valorar un límite como un lugar de potencial creativo es una habilidad muy útil. En el arte, un borde supone a la vez restricción y creatividad. Los límites de un lienzo, las propiedades de la arcilla o de la piedra para un escultor ponen límites, pero son también elementos esenciales para la creatividad. Retarda o contiene el proceso, pero también favorece su expresión. Igual que las paredes de un cauce permiten llevar agua de una fuente hasta una balsa o hasta el mar, los límites impulsan nuestro potencial hacia su realización.
El suelo vivo es otro interfaz maravilloso, que une la tierra inerte y la atmósfera, y con él aprendemos a percibir un punto de roce o de separación como punto de intercambio y de grandes oportunidades, como generador de fertilidad. En nuestro mundo interior, aprendemos a vivir en el filo de otra gran frontera apasionante, la que separa o conecta, según los casos, nuestra consciencia del inconsciente. Aprendiendo a sostener la tensión que implica transitar a menudo bordes y lindes, estos se vuelven más porosos o permeables, permitiendo que emerjan en nosotros recursos que no creíamos poseer mientras mirábamos a un solo lado del umbral.
En el plano social, un borde es allí donde más diversidad humana se despliega. Es donde nacen las nuevas ideas, donde crecen los hombres y mujeres que no se creen la narrativa dominante, los que no juegan el juego que la sociedad espera de ellos.
12. Usa y responde creativamente al cambio
La vieja sabiduría china nos ha dicho siempre que lo único real es el cambio, y no hay duda de que el planeta vive inmerso en un profundo y catártico proceso de transformación.
Observando con perspectiva amplia los procesos de cambio que ha ido desplegando la evolución, deducimos varias enseñanzas clave:
Las transformaciones radicales (saltos de un estado a otro muy diferente) forman parte de la tradición de la naturaleza: pasar de la no-vida a la vida, del animal más desarrollado al ser humano original, son ejemplos de cambios radicales. La naturaleza es, pues, capaz de producir cambios colosales.
Las crisis preceden toda transformación. Cuando la naturaleza llega a un límite, no se estabiliza o adapta necesariamente, la naturaleza innova, pasa a otro estado. La bomba nuclear nos obliga a aprender a evitar las guerras, la crisis ecológica nos despierta ante el hecho de que estamos todos conectados, de que la naturaleza y nosotros, los humanos, debemos co-crear una nueva ecología planetaria. Y nos obliga a generar un “cuerpo social” colaborativo, mucho más cohesionado.
En palabras de Barbara Marx-Hubbard: “estamos dejando los tiempos de la procreación y entramos en tiempos de co-creación. Si antes combinábamos los genes, ahora combinamos los “genios” que darán lugar a los nuevos “seres colectivos” que transformarán la vida sobre la Tierra”. Tich Nhat Hanh, maestro budista, dice algo similar: “El próximo Buda no se encarnará en un individuo. El próximo Buda podría encarnarse en una comunidad, una comunidad que profese la comprensión y la bondad amorosa, una comunidad que practique una forma de vida consciente. Esto podría ser lo mejor que podríamos hacer para asegurar la supervivencia de la Tierra”.
Consentimiento de todas las partes
La integración es inherente al proceso de cambio, la evolución es un proceso holístico. Somos empujados hacia un cuerpo social más interactivo y sensible por la misma fuerza evolutiva que mantiene la cohesión entre los átomos y las células entre sí. Dicho de otra forma, el cambio sostenible se da solo con el consentimiento de todas las partes.
Si para que el cambio ocurra devalúo un aspecto y lo desecho a favor de otro, la parte que ha sido marginada puede regresar para hacerse valer y sabotear lo que ya se ha logrado.
Por ejemplo, la gente a menudo trata de dejar adicciones dañinas en una racha de ira y disgusto. Motivados de ese modo, optan por patear el hábito, pero con frecuencia recaen en la adicción después de un lapso. Como en las revoluciones en que un régimen despótico reemplaza a otro, el cambio no llega a lo profundo. Funciona un tiempo, pero el cambio global no puede efectuarse odiando a una parte en particular.
Cómo gestionamos los cambios, cómo nos adaptamos a ellos, cómo los acompañamos, es un elemento clave para la durabilidad de un sistema vivo. La capacidad de vivir creativamente los cambios, de acompañar los choques y sobresaltos con que la vida nos reta y nos estimula y renacer transformados se conoce hoy como resiliencia. Y la cultura dominante, en los sistemas sociales, busca ante todo estabilidad y productividad, pero cuida muy poco la resiliencia.
Barbara Hannah, una estrecha colaboradora de Jung, solía decir que: “si una persona quiere cambiar, necesita dos cosas: tiene que realmente querer cambiar, y ¡debe amarse a sí misma exactamente tal cual es!”. El cambio es más probable cuando estamos realmente felices con nosotros mismos.
Incrementar nuestras habilidades receptivas
Cuando se intentan crear proyectos ecoaldeanos y/o comunitarios, algunos creen que con el mero hecho de cambiar de contexto la vida será ya diferente. Pero si queremos que nuestra vida en comunidad sea mejor que nuestra vida anterior, nosotros tenemos que ser mejores de lo que éramos antes, lo cual hace indispensable que cada uno aceptemos transformarnos individualmente si queremos consolidar la comunidad.
Para ello, necesitamos incrementar nuestras habilidades receptivas: observación, escucha, sensibilidad, necesitamos aprender a “seguir la naturaleza”, empezando por nuestra propia naturaleza interior. Ello supone confiar en que una solución o camino a seguir surgirá de nuestros sueños, de nuestra observación, de nuestros síntomas o de las sincronicidades. Confiar en la naturaleza y confiar en el proceso significa adoptar una “actitud amorosa” que apoya lo que está tratando de suceder. Así pues, el cambio necesario es una co-creación, fruto de una íntima complicidad entre la naturaleza interior y exterior, entre la humanidad y el planeta.
Cuando buscamos innovaciones exitosas en comunidades y grupos humanos, a menudo observamos patrones similares a la sucesión ecológica en la naturaleza.
Nuevos líderes
Un ejemplo es el crecimiento de árboles fijadores de nitrógeno, de crecimiento rápido para mejorar el suelo y proporcionar refugio y sombra a los árboles más valiosos, de crecimiento lento pero que dan más comida: un proceso que nos lleva de los pioneros al clímax. En los grupos y/o comunidades, son a menudo individuos visionarios y obstinados los pioneros en las soluciones, pero en general se requieren líderes más integradores, sólidos y “resonantes” para consolidar nuevas estructuras. Esos “nuevos” líderes ya no son héroes a los que hay que seguir, sino anfitriones que dan cohesión y singularidad a los grupos.
Algo similar observamos, por ejemplo, en nuestro ámbito espiritual, que ya no se desarrolla tanto en base a la adhesión a una Escuela, Iglesia o sistema de creencias, ni en base a una práctica ascética y solitaria, como así fue durante siglos. En la actualidad, el espíritu acude cuando abrimos nuestros corazones a los demás y compartimos a la vez nuestra esencia más elevada y nuestras zonas de sombra, fragilidad y sufrimiento. Es cuando nuestras relaciones interpersonales se vuelven creativas, basadas en la confianza, el respeto y la colaboración que una realidad superior se manifiesta y nos guía; es, en esos momentos, que se trascienden los límites y aparece el sentido profundo de la vida, y podemos acceder al infinito misterio que nos habita y nos rodea.
Conclusión
Tanto el planeta como nuestra civilización, como cada uno de nosotros individualmente, estamos entrando en una transición desde lo que podríamos llamar la “historia de Separación” hacia una “historia de Interconexión”, de Interdependencia. Muchas respuestas a preguntas esenciales sobre el sentido que damos a nuestras vidas y sobre la mejor forma de vivirla se están quedando obsoletas.
Mayor conexión entre seres humanos (más comunidad) y mayor integración con la naturaleza (más sostenibilidad) parecen ser las dos patas de dicha transición. Desde el individualismo y la competitividad parece claro que no será posible revertir el deterioro del planeta; y a su vez, sin integrar a la naturaleza como parte activa y creativa en la transición hacia un mundo nuevo, será imposible generar sociedades humanas más armoniosas, más felices.
En ese contexto, las ecoaldeas me parecen la respuesta más holística, a la vez local y global; a la vez ecológica, humana y social. Permiten encarnar los principios desarrollados en este trabajo en un contexto holístico. No solo tratan de establecer alternativas, tratan de transformar la totalidad del sistema, siguiendo la inspiración de Buckminster Fuller: “Nunca cambiaremos las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construyamos un nuevo modelo, que vuelva obsoleto al modelo existente”.
Artículo aparecido en la revista EcoHabitar nº 53 de primavera de 2017. Puedes adquirir un ejemplar aquí