Felicidad en Los Portales: diario de unos días de convivencia para familias
Margarita vino con sus dos hijos, Saúl y Abel, y su padre a Los Portales del 6 al 10 de diciembre para participar en nuestros días de convivencia entre familias. El abuelo, Fernando Sánchez Resa, aprovechó la ocasión para escribir un artículo sobre sus experiencias que publicó en la página web de la AAMSU (Asociación de Antiguos Alumnos de Magisterio de la Safa de Úbeda)
«Mi hermano Saúl y yo (Abel) vamos a tratar de contar, a nuestro modo y manera, lo bien que nos lo hemos pasado este acueducto de la Constitución-Inmaculada, por mediación de nuestro ío (abuelito materno) que va a ser nuestro más fiel escribiente, expresando todo lo que nosotros hemos sentido y vivido en esos alegres y entretenidos días…
Nuestra mamá, siempre tan cariñosa y atenta con nosotros, permanentemente pensando cómo y dónde nos lo podemos pasar yupi, nos programó cuatro intensos días en una sorprendente ecoescuela y cortijada, sita en Los Portales, en el sur de la Sierra Norte de Sevilla.
El miércoles, 6 de diciembre, fue el día anunciado para entrar -de seis a ocho de la tarde- en esta hermosa finca serrana, por lo que comimos en Sevilla nosotros cuatro (mamá, el ío y nosotros dos) con la ía Margarita unas deliciosas albóndigas que tan bien sabe hacer ella.
Luego, a eso de las cuatro, cogimos el coche de mamá -cargado hasta los topes, como siempre- que iba conducido por el ío, mientras nosotros dos íbamos bien abrochados en nuestras respectivas silletas de viaje. Saúl cayó pronto en un profundo sueño. Yo tardé algo más en caer… Hacía tiempo de invierno pues andaba el cielo encapotado y lluvioso. Pasamos por tres pueblos de la provincia sevillana: La Algaba, Alcalá del Río y Burguillos hasta que llegamos hasta Castilblanco de los Arroyos, en que nos desviamos algo más de treinta kilómetros por carriles no asfaltados de sierra, encontrándonos bastantes hoyos y charcos, así como cuatro verjas que mamá hubo de abrir y cerrar hasta que avistamos Los Portales. Por el camino también vimos diversa ganadería suelta (animales domésticos en libertad: caballos, vacas, ovejas…), así como la flora y la fauna características de este vergel que tenemos tan cerca de Sevilla. ¡Qué milagros suele hacer el agua y más con la intensa sequía que padecemos!
Nada más llegar a nuestro destino salieron a recibirnos los dos perros (luego comprobamos que había tres), con su característico ladrido de franco saludo y olfateando nuestro olor característico que, al principio, nos asustó un tanto, pero luego pudimos comprobar su mansedumbre y acogida a todo aquel que se acerca a esta finca serrana para pasar unos días de tranquilidad y buenas resonancias físicas y mentales.
Nos recibieron con los brazos abiertos Grégoire y su hermana Catherine, mediante su característico hablar castellano con acento un tanto extranjero. Aparcamos el coche en la explanada y nos dispusimos a tomar posesión de nuestro territorio en el que viviríamos y, sobre todo, dormiríamos plácidamente durante cuatro intensas y largas noches. ¡Qué bonito nos pareció todo con esta feraz y verde naturaleza acunándonos por todos lados!
La primera cena nos impactó, pues era por autoservicio y basada principalmente en productos ecológicos y veganos especialmente, a lo que ya estamos acostumbrados en casa. Descubrimos que había varios niños y niñas que nos iban a hacer más agradable la vida y estancia en este vergel. Por ser la primera toma de contacto en el comedor todos los asistentes se pusieron en corro con sus sillones y cada uno se fue presentando sencillamente con su nombre, procedencia o aquello que cada cual viese necesario comunicar al grupo. Los niños estábamos en unas mesas de detrás y como ni Abel ni Saúl -un tanto intimados- no quisieron hablar lo hizo su abuelito por ellos, presentándolos muy cariñosamente.
Pronto conoceríamos el dojo (salón de actos y reuniones, para entendernos) en donde pasaríamos ratos y momentos de gloria y juego que nunca olvidaremos. Allí empezamos a conocernos todos los niños y adolescentes del grupo, intimando mediante juegos, construcciones de cabañas, disfrazándonos con diversas prendas o interpretando con nuestra imaginación una obra de teatro que el sábado representaríamos conjuntamente ante la audiencia completa de todos los componentes e invitados de esta hacienda serrana. Eso ya lo contaremos en su momento.
Luego nos fuimos a nuestra hermosa habitación que tenía cuatro camas en el suelo. ¡Qué ganas teníamos de estrenarlas…! Nos sorprendió también la chimenea tapada y la leña que había preparada para que nosotros mismos, ayudándole al ío, hiciésemos una hoguera que caldease nuestra primera noche aquí. También lo haríamos las siguientes. ¡Qué bien lo pasamos, quedando obnubilados con el fuego y las llamas cambiantes en donde vimos muchos colores que le relatamos a mamá y al ío, sorprendiéndolos de veras! Ni nos acordamos de los móviles ni de la televisión que aquí no existe, y caímos rendidos a eso de las diez de la noche, todos los días, hasta que a la mañana siguiente, a las siete y media, nos despertaran las suaves campanadas, (aunque quienes las oían realmente fueran el ío y mamá, y ellos eran los que nos despertaban), avisando que el comedor estaba abierto para desayunar de siete y media a ocho y media de la mañana, los días laborables. El sábado fue a las ocho y el domingo no había diana campanera, pero a las nueve se abría el comedor para desayunar libremente…
La primera toma de contacto de todos los que vinimos nuevos y la prole de esta ecoaldea fue en el dojo, a base de juegos e imitaciones, con el fin de conocernos de una forma distendida. Ya íbamos cogiendo lazos amistosos con Paloma, Juma, Luka, Kalel, Sam, Ashwin… y que se harían cada día más intensos tanto por las excursiones o juegos programados que haríamos juntos, como por los buenos ratos que echamos en el parque de atracciones campestre que hay a la puerta del patio, en donde la tirolina, la casita en alto de un árbol para la que había que escalar, los columpios, las sogas para escalar o subir, el juego de los dardos, la mesa de pingpong con sus pelotas y raquetas, la cama elástica, la canasta de baloncesto, etc. harían la delicia de todos los niños y adolescentes que íbamos a convivir un largo fin de semana. Pero lo que más le gustaba a Saúl era montarse en un cochecillo de pedales, con dos asientos, una veces conmigo, otras con Paloma o alguno de los amiguitos nuevos, las más solo, ayudado por su ío, con el que charlaba largamente pidiéndole que circunvalara el cortijo una o varias veces para pasárselo muy divertido. Algunas veces aparcaba el coche por sitios ocultos e inesperados para luego poder cogerlo nuevamente sin que nadie se lo quitase…
De todas formas la palma de los juegos y diversiones se la llevó el dojo (pronunciado dollo), pues es una habitación muy grande, cual salón de actos o meditación, con parecido a una iglesia románica con sus arcos y altura, en la que había que entrar descalzo, ya que estaba alfombrada de tela gris y rodeada de tres sofás corridos rojos con muchos cojines cuadrados y otros alargados o en forma de paralelepípedos o cubos guardados al lado que eran la delicia de todos, incluidos, por supuesto, Saúl y yo. Eran cual piezas de un lego gigante de goma espuma que servían para todo: hacer cabañas, sentarse o acostarse sobre ellos, ponerlos de obstáculos para poder jugar al pillar o a esconderse…; aunque los mayores los usaban más bien para luchar y desfogar su energía que a esa edad y, sobre todo, en los varones estaba que se salía…
Una mañana temprano jugamos a la piedra encantada con Claire que fue la maestra e inventora del juego. Nada más desayunar, nos desplazamos por los alrededores para buscar castillos o lugares encantados, siendo todos los niños protagonistas principales y solidarios del juego imaginativo que tanto les gustó en donde la piedra mágica era la razón de ser del juego. Hasta llegamos a ver varios arroyos y a las cabras mientras los mayores se fueron a coger leña con el tractor conducido por el padre de Juma y Sam.
Otro día nos fuimos todos -los niños mayores y los pequeños, también- con Lisa para recoger bellotas en un par de encinas que estaban en plena naturaleza, junto al camino, para obtener la comida que después llevaríamos a los cerdos. Formamos una cuadrilla de belloteros que no se la saltaba un galgo. Al principio todos empezamos con mucha ilusión y fuerza, pero, conforme iba pasando el tiempo, como no estábamos acostumbrados a este tipo de trabajo fijo y monótono, el grupo se fue distrayendo en su mayoría, solo unos pocos valientes, con Lisa a la cabeza, resistieron cogiendo afanadamente las bellotas que estaban en el suelo, principalmente, pues casi todas se habían caído debido a los vientos que hubo en días anteriores. Incluso hicimos una apuesta, antes de empezar, como si de un concurso se tratase, y cada cual predijo cuántas carretillas seríamos capaces de coger. Nadie acertó, pues unos dijeron una, otros dos, el ío dijo media. Al final se llenó tres cuartos de carretilla. Lo importante es que nos lo pasamos muy bien y, además, fuimos acompañados por dos de los perros de la casa que jugueteaban y corrían continuamente a nuestro alrededor.
Cuando bajamos a la casería ya nos estaban esperando el padre y la madre de Juma y Sam, Jan y Cora, para llevarnos en el todoterreno, pues los cerdos y las ovejas estaban bastante lejos para ir andando. Al principio se resistió el coche, pues le faltaba gasolina y también estaba ya viejo, por lo que algunos de los más fuertes y valientes tuvieron que achuchar cuesta abajo para que arrancase y pudiésemos llegar a nuestro destino.
Cuando los cerdos recibieron su recompensa no cabían de gusto y tardaron poco tiempo en zampárselas todas, dejando para después los desechos de comida que también les llevamos, a pesar de habérselo echado todo junto.
Las ovejas, como nos temían al ir en grupo nosotros, se habían escondido hasta que la madre de Juma y Sam fue a por ellas, con el pienso, para que viniesen a nuestro terreno y las viésemos de cerca. Había dos pequeñas crías que nos llamaron mucho la atención.
Otra jornada estuvimos pintando los pequeños del grupo con Viva y conseguimos unas creaciones artísticas muy bonitas que, una vez secadas, fueron recogidas por sus autores para llevarlas a casa en recuerdo de la estancia y prestancia artística que se realizó en este lugar.
Como Kalel cumplía el mismo sábado siete años, se montó una obra teatral para él, como regalo de cumpleaños, para estrenarla a la tarde-noche. Fue una invención de Viva, la profesora de artística que tiene mucha mano e imaginación con los niños y mayores. Solo hubo tiempo para montarla en una sesión, haciéndolo casi sobre la marcha, por eso tuvo más mérito todavía; y que luego se estrenaría en el dojo, como principal plato sabatino, adonde todos los asistentes acudieron con sus mejores galas para presenciar el espectáculo teatral en que Kalel fue el principal protagonista que hubo de pasar siete pruebas (como los años que cumplía) para que la diosa del universo que mandaba sobre la vida y los colores de la Tierra consiguiese sobrevivir y se convirtiera en el héroe del espectáculo y del día. Intervinieron todos los componentes del elenco infantil y juvenil de Los Portales que en ese momento estaban viviendo allí. Fue todo un éxito, pues todos los actores, según edad y sabiduría, intervinieron cual grupo teatral conjuntado, consiguiendo un rotundo éxito -muy emotivo y gracioso- que acabó con una larga y pronunciada ovación de todos los allí presentes.
La cena nos esperaba después con sorpresas por doquier, como vino o cerveza especiales para los mayores y un postre exquisito preparado al efecto para todo el mundo y especialmente para los peques. Ya a la tarde se había preparado el comedor con globos y adornos para que el ambiente contribuyera a la mayor felicidad de Kalel por su cumple.
Mientras los niños se divertían o jugaban, los mayores (entre ellos mamá y todo el personal que quería o podía hacerlo) también se lo pasaban muy bien haciendo sus reuniones o retiros, hablando de sus cosas, aficiones o sueños, realizando alguna que otra excursión por los alrededores para admirar este bello paisaje que estaba verde y algodonado, ya que por las mañanas -cuando mejoró el tiempo- amanecían las nubes entre los valles cercanos cual si fueran pompas de blanco algodón entretejidas. Y el sol nos alumbraba con sus cálidos rayos dando luz y vida a todo nuestro entorno. En definitiva, todas estas reuniones de los adultos daban luz y sabiduría a esta sociocracia en la que está constituida esta comunidad de Los Portales asentada en este lugar desde hace 40 años, en donde hay bastante gente viviendo y aportando su granito de arena para que todo el que pase por estos lares se lleve una alegría interior y una tranquilidad tan necesaria en la sociedad urbanita actual en la que nos encontramos. Es un remanso de paz, armonía, amor y cooperación dignos de encomio.
De hecho la comida y las cenas eran elaboradas por todos los componentes de cada turno para que así los platos a comer o elegir tuviesen el mejor sabor del trabajo bien hecho y comunitario.
Pudimos disfrutar de toda clase de panes ecológicos, mucha verdura, alguna fruta, especialmente manzanas de la tierra, yogur y queso a raudales en los desayunos… en un encomiable afán de trabajo de autoabastecimiento con todo lo que se produce en esta tierra, incluido el aceite ecológico, cuya recogida de aceituna, tanto la propia como la de los propietarios vecinos, es recogida y elaborado aquél por ellos mismos.
También disfrutamos de una tarde junto al fuego en la que hubo ricas y sabrosas castañas asadas, palomitas de maíz, pan tostado a voluntad, etc. que a todos nos supo a gloria.
Alguna mañana la pasamos tan ricamente lanzando piedras a una de las lagunas próximas mientras los perros se metían nadando hábilmente como si quisiesen recoger las piedras lanzadas…
La despedida oficial se hizo el último día en pleno campo, junto a dos árboles que habían plantado hace tiempo: encina y olivo, que bien representan el futuro de esta comunidad, haciendo unos círculos concéntricos entre todos los mayores y niños que habíamos convivido este puente soberano, dándonos las manos para expresar con breves palabras lo que había supuesto nuestra estancia allí. Todo fueron palabras de alegría, sensatez o reconocimiento, pues habíamos pasado cuatro días de tranquilidad y ensueño, de paz campestre límpida y gratificante, que nos la llevaríamos como balón de oxígeno para cuando volviésemos a la capital en la que residimos habitualmente…
El viaje de vuelta (el domingo día 10) se nos hizo mucho más corto que el de ida, pero con un pellizco en el corazón, pleno de melancolía manifiesta, cual si hubiésemos hecho un pequeño tramo del camino de Santiago, pues más de uno, como yo, por ejemplo, bien que le pidió a su madre quedarse a vivir allí (como le pasó a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor con la Transfiguración de Jesucristo), aunque no pudiera realizarse, pues nuestra vida la tenemos enclavada en la capital andaluza.
Los perros también vinieron cariñosamente a despedirse de nosotros y abrazamos o besamos a los que más roce habíamos tenido, prometiéndonos volver a este paraíso terrenal que tanta tranquilidad, paz y sosiego nos había proporcionado; y con la promesa de vernos nuevamente en un futuro, pues más que conocidos ya éramos y somos buenos amigos…
Sevilla, 17 de diciembre de 2023.
Fernando Sánchez Resa «Felicidad en Los Portales«